sábado, 22 de junio de 2013

SOBRE MIS "ALFILERES"...


      Me vais a perdonar este derroche de auto-complacencia, pero, de nuevo, la prensa cordobesa recoge hoy una reseña sobre mi última novela que no me he podido resistir a compartir con vosotros. Es un extracto del texto que Alfonso Zamorano Aguilar leyó el día de la presentación del libro en el Palacio de Viana de Córdoba. Él es Profesor Titular de Lingüística en mi misma Universidad, por lo que no seré yo quien ose opinar sobre su estilo (magnífico en concisión, ritmo y precisión sintáctica, se mire por donde se mire), pero basta con que lo leáis sosegadamente para que captéis sin dificultad su profundidad de pensamiento, su capacidad de penetración, su hondura psicológica, su dominio del lenguaje. Alfonso es uno más de esos buenos amigos que me ha regalado la vida, de potencial académico y científico inconmensurable, al que quiero y admiro por su concepto de la lealtad y su calidad humana. Él, al igual que Marisa Paredes, Rosa Luque o Pilar Sanabria, derrocha generosidad hacia mi persona y mi obra, dando sentido a cualquier esfuerzo por mi parte, haciendo que me apetezca seguir en esto aunque sólo sea por disfrutar del milagro impagable que para mí representa disfrutar la vida junto a personas tan enriquecedoras como ellos.  
  De paso, un poco más abajo, incluyo también la valoración que de Alfileres de cristal hizo hace unos días en el periódico HOY, de Badajoz, Manuel Pecellín Lancharro, un hombre muy ligado a la Siberia Extremeña por razones familiares, que viene prestando una atención especial a mi narrativa desde que apareció Callejón del lobo y que, de nuevo, como Alfonso, emociona con sus palabras. Gracias, pues, de todo corazón, a ambos.  


Una historia bien alimentada

Desiderio Vaquerizo cierra con 'Alfileres de cristal' la trilogía iniciada con 'Callejón del lobo'

Alfonso Zamorano Aguilar 22/06/2013
   Hace unos años, tuve el privilegio de trabajar, intensamente, con la personificación más absoluta del rigor, de la decencia profesional, de la entrega, de la generosidad académica y personal. Hablo de Desiderio Vaquerizo, con quien aprendí de primera mano qué significa ser universitario, riguroso, íntegro, humilde, comprometido...: todo con mayúsculas. Desde su primera novela (El árbol del pan , 2004), demostró, además, su habilidad para contar historias, para acercarse al receptor y colmarlo con su maestría narrativa. Y lo hizo desde el terreno que mejor conoce: la arqueología. En ella se siente a gusto, se mueve con soltura en distintos espacios y en esa mezcla del tiempo, pasado y presente, que es para él su disciplina. Experimentó así lo que significa dar entidad, hacer sentir, reír, llorar, a otros, a sus personajes. Aprendió a jugar a la gratísima tarea de crear vidas. Después, vendría su trilogía, bien diseñada, sobre la mujer española, rural y contemporánea, que empezó con Callejón del lobo , continuó con Chocolate con veneno , y cierra ahora de forma perfecta con Alfileres de cristal : una historia apasionante, intrigante, con picos de tensión narrativa brutales, que se disfruta y se siente desde la primera hasta la última página. En ella el lector se ve envuelto, una vez más, en una telaraña de la que resulta imposible sustraerse, no implicarse. Cuesta, incluso, deshacerse, después de terminarla, del ambiente que se respira, de la piel, exterior e interior, de Penélope, esa mujer aparentemente frívola, de alma desgarrada, de entereza y lucha envidiables, de pasión vivida, derrochada y salvajemente robada desde su nacimiento hasta su final, impactante y desolador.
   No voy a desentrañar los hilos bien tejidos, cuidadosamente bordados, de su trama narrativa. Quiero que sean sus lectores quienes se sobrecojan con este relato tan real, tan verosímil como empapado de dureza; con la construcción pensada, perfecta, bien urdida, de la historia, de los personajes, de la estructura, de los temas que nos regala para la reflexión. En ella llaman la atención la técnica cinematográfica, que logra enredarnos de forma inexorable en las vidas de los personajes, el ritmo, mantenido hasta la última línea (resulta fascinante, casi adictivo, el anzuelo que representa esta estrategia), y, paradójicamente, el remanso relajado de las bien medidas descripciones; porque entiendo asombrosa, y dulcísima, la fotografía verbal de ideas, sentimientos, personajes, lugares... Descripciones preciosas, fruto de un ojo clínico y preciso para la captación y la transmisión de la realidad, sea esta agradable o, con más frecuencia de lo deseable, terrible. La mezcla del compás trepidante de la narración, de la tensión en ciertas cumbres, junto con el sosiego de las descripciones, zarandean al lector, que de forma insoslayable se ve implicado con los personajes hasta llegar a respirar con ellos.
   La complejidad y el crecimiento psicológicos de Juana, Miguel, Marta, Rafael, Martina, los inspectores Calatrava y Jiménez, el abogado Quintana..., los alejan de tópicos tipos sociales, acercándolos a las personas. Los lectores gozarán, incluso se asombrarán de la potente personalidad de Penélope, de su desdoblamiento emocional y de su contraste con Saturnina... Dos mujeres en una. Una mujer en dos cuerpos y con un alma arrebatadoramente vivida. El mismo desdoblamiento que el narrador, el autor-narrador, nos hace sentir en su persona; porque en esa voz omnipresente y omnisciente se intuye a Desiderio Vaquerizo, magistralmente escondido, y nos conduce a un universo sorprendente, a la par que logra mantener diálogos explícitos o implícitos con los personajes (internamente) y con el espectador/lector (externamente). Esto pone de relieve la riqueza de su técnica, que convierte a la novela en una historia sutilmente enhebrada y sorprendentemente alimentada.
   La realidad es una síntesis de contradicciones, que se recogen con deliciosa ética en Alfileres de cristal . Una realidad, un mundo, cuya propia esencia contradictoria, incluso de fantasía y verdad, toma forma a través de la mitología (Icaro, Medusa, Venus, Cibeles, Atlas, Fortuna, Ulises, Penélope, Odiseo...) y el mundo animal (anguila, serpiente, gato, guepardo, zángano, gallina, rinoceronte, zorros, perros, galgo, pájaros, liebre...); metáfora brutal del zoológico en el que ha devenido nuestro mundo; metáfora plástica de lo ideal y lo real, de lo crudo de la sociedad y también de lo deseable. "No le temo a la muerte, sino a perder la vida", dice Penélope en un momento de la obra. Esta sobrecogedora afirmación da muestra del pulso literario, también poético, en el que Alfileres de cristal nos atrapa. Una novela de difícil encuadre, por su misma riqueza y complejidad; una historia de corte social salpimentada de novela negra y/o policíaca, costumbrismo, paisajismo, psicologismo y actualidad, pero también de brotes sorprendentes de copla y de poesía. Créanme, no les dejará indiferentes. 


Ocaso y muerte de una diva
Manuel Pecellín Lancharro 3/06/2013

   Nacido en Herrera del Duque (1959), Desiderio Vaquerizo es profesor de Arqueología en la Universidad. Aparte de importantes estudios como historiador (recomiendo vivamente su trabajo sobre el aceite en la Hispania antigua, Boletín de la R. Academia de Extremadura, 2011), cuenta ya con una notable producción literaria. Títulos como El árbol del pan (2004) o El cerro de los cráneos (2011), clasificables como novelas históricas, testifican la calidad de su escritura. Más interesantes aún son las tres que conforman la trilogía conformada por Callejón del lobo (2004), Chocolate con veneno (2009) y Alfileres de cristal, las tres en la editorial Berenice, sobre la situación femenina en los medios rurales de España mediado el siglo XX. Según exhiben tantos naturales de la Siberia extremeña, el autor es un entusiasta (no acrítico) de una zona que posee tan marcadas características geográficas, socioculturales e históricas. De todo ese acervo etnográfico llevará Vaquerizo abundantes testimonios a sus obras, que, sin embargo, están muy lejos de limitarse a la recreación de paisajes idílicos, escenarios folclóricos, ágapes suculentos o tiernas composiciones rurales. Por el contrario, sus novelas pertenecen más bien al género policíaco (el inspector Calatrava, un atractivo detective, ha de resolver los crímenes ocultos), aunque valgan más por el retrato psicológico de los protagonistas, sobre todo los femeninos.
   Igual que en las anteriores, el personaje central de ésta es una mujer hecha a sí misma, que ha triunfando pese a las circunstancias más adversas y, transgrediendo cualquier código, es capaz de ponerse el mundo por montera, sin olvidarse de sus humildes orígenes ni dejar de proteger a los menos favorecidos, y vengar agravios adolescentes de los clásicos caciques. Así es la antaño famosa vedette Penélope Montes (guiño a Homero y Serrat), ya herida por inmisericorde cáncer, cuyos zarpazos últimos trata de aguantar retirándose a su predio de Los Alcornocales, donde vino al mundo, y en torno a la cual va urdiéndose una trama tan atractiva como increíble. “Fue una mujer libre, que no tuvo reparos en utilizar el sexo como reclamo efectivo de libidinosos, a los que, a cambio de disfrutar de sus encantos, vaciaba la cartera o sacaba un papel de protagonista. Una mujer que se autocalificaba de fulana con el fin de castigarse por su moral disoluta, pero que en realidad se burló del mundo con todas las de la ley, vendiendo al mejor postor lo que fue siempre su mercancía más famosa: ella misma” (pág. 23)., adelanta pronto el novelista.
   Merced a las oportunas evocaciones irá reconstruyendo las enjundiosas peripecias de una biografía que va a cerrarse antes de lo previsto y no por culpa de la enfermedad. Antes, la antigua hetaira se propuso remediar algunos de sus máximos errores, organizando una “última cena” donde están todas las claves del drama.
   Vaquerizo afina más cada vez su prosa, que se hace especialmente atractiva en las descripciones del paisaje y paisanaje típicos de la Siberia, sin omitir el recurso al habla dialectal cuando presenta personajes populares. También llaman la atención los recursos lingüísticos utilizados, próximos a la jerga juvenil más desgarrada y provocativa al describir determinados ambientes. Y no renuncia a su ya conocido amor por ese inagotable fontanal discursivo que constituye el refranero español, tan bien conservado en las pequeñas poblaciones de Extremadura. Construye así un texto complejo, con guiños múltiples, a veces previsibles, pero siempre eficaces.

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