Hace unos años, tuve el privilegio de trabajar, intensamente, con la personificación más absoluta del rigor, de la decencia profesional, de la entrega, de la generosidad académica y personal. Hablo de Desiderio Vaquerizo, con quien aprendí de primera mano qué significa ser universitario, riguroso, íntegro, humilde, comprometido...: todo con mayúsculas. Desde su primera novela (El árbol del pan , 2004), demostró, además, su habilidad para contar historias, para acercarse al receptor y colmarlo con su maestría narrativa. Y lo hizo desde el terreno que mejor conoce: la arqueología. En ella se siente a gusto, se mueve con soltura en distintos espacios y en esa mezcla del tiempo, pasado y presente, que es para él su disciplina. Experimentó así lo que significa dar entidad, hacer sentir, reír, llorar, a otros, a sus personajes. Aprendió a jugar a la gratísima tarea de crear vidas. Después, vendría su trilogía, bien diseñada, sobre la mujer española, rural y contemporánea, que empezó con Callejón del lobo , continuó con Chocolate con veneno , y cierra ahora de forma perfecta con Alfileres de cristal : una historia apasionante, intrigante, con picos de tensión narrativa brutales, que se disfruta y se siente desde la primera hasta la última página. En ella el lector se ve envuelto, una vez más, en una telaraña de la que resulta imposible sustraerse, no implicarse. Cuesta, incluso, deshacerse, después de terminarla, del ambiente que se respira, de la piel, exterior e interior, de Penélope, esa mujer aparentemente frívola, de alma desgarrada, de entereza y lucha envidiables, de pasión vivida, derrochada y salvajemente robada desde su nacimiento hasta su final, impactante y desolador.
No voy a desentrañar los hilos bien tejidos, cuidadosamente bordados, de su trama narrativa. Quiero que sean sus lectores quienes se sobrecojan con este relato tan real, tan verosímil como empapado de dureza; con la construcción pensada, perfecta, bien urdida, de la historia, de los personajes, de la estructura, de los temas que nos regala para la reflexión. En ella llaman la atención la técnica cinematográfica, que logra enredarnos de forma inexorable en las vidas de los personajes, el ritmo, mantenido hasta la última línea (resulta fascinante, casi adictivo, el anzuelo que representa esta estrategia), y, paradójicamente, el remanso relajado de las bien medidas descripciones; porque entiendo asombrosa, y dulcísima, la fotografía verbal de ideas, sentimientos, personajes, lugares... Descripciones preciosas, fruto de un ojo clínico y preciso para la captación y la transmisión de la realidad, sea esta agradable o, con más frecuencia de lo deseable, terrible. La mezcla del compás trepidante de la narración, de la tensión en ciertas cumbres, junto con el sosiego de las descripciones, zarandean al lector, que de forma insoslayable se ve implicado con los personajes hasta llegar a respirar con ellos.
La complejidad y el crecimiento psicológicos de Juana, Miguel, Marta, Rafael, Martina, los inspectores Calatrava y Jiménez, el abogado Quintana..., los alejan de tópicos tipos sociales, acercándolos a las personas. Los lectores gozarán, incluso se asombrarán de la potente personalidad de Penélope, de su desdoblamiento emocional y de su contraste con Saturnina... Dos mujeres en una. Una mujer en dos cuerpos y con un alma arrebatadoramente vivida. El mismo desdoblamiento que el narrador, el autor-narrador, nos hace sentir en su persona; porque en esa voz omnipresente y omnisciente se intuye a Desiderio Vaquerizo, magistralmente escondido, y nos conduce a un universo sorprendente, a la par que logra mantener diálogos explícitos o implícitos con los personajes (internamente) y con el espectador/lector (externamente). Esto pone de relieve la riqueza de su técnica, que convierte a la novela en una historia sutilmente enhebrada y sorprendentemente alimentada.
La realidad es una síntesis de contradicciones, que se recogen con deliciosa ética en Alfileres de cristal . Una realidad, un mundo, cuya propia esencia contradictoria, incluso de fantasía y verdad, toma forma a través de la mitología (Icaro, Medusa, Venus, Cibeles, Atlas, Fortuna, Ulises, Penélope, Odiseo...) y el mundo animal (anguila, serpiente, gato, guepardo, zángano, gallina, rinoceronte, zorros, perros, galgo, pájaros, liebre...); metáfora brutal del zoológico en el que ha devenido nuestro mundo; metáfora plástica de lo ideal y lo real, de lo crudo de la sociedad y también de lo deseable. "No le temo a la muerte, sino a perder la vida", dice Penélope en un momento de la obra. Esta sobrecogedora afirmación da muestra del pulso literario, también poético, en el que Alfileres de cristal nos atrapa. Una novela de difícil encuadre, por su misma riqueza y complejidad; una historia de corte social salpimentada de novela negra y/o policíaca, costumbrismo, paisajismo, psicologismo y actualidad, pero también de brotes sorprendentes de copla y de poesía. Créanme, no les dejará indiferentes.
Ocaso y muerte de una diva